Cómo nos daña la contaminación electromagnética

Proceso del daño de la contaminación electromagnética al cuerpo humano

Jose Funes

4/11/20255 min leer

A veces tengo sensación de que la mayoría piensa que los daños que genera la contaminación electromagnética están basados simplemente en el testimonio de los electrohipersensibles. Como si no hubiera evidencias con una base científica que confirmara su afectación biológica. Es obvio que, o no hemos sabido comunicarlo o alguien ha sabido esconder muy bien esta información. Porque la evidencia es aplastante.

La esencia del perjuicio de la contaminación electromagnética está en el llamado ruido cuántico artificial (RCA), surgido del uso intensivo de tecnologías inalámbricas, que no es simplemente una lluvia de fotones inofensivos. Es, en realidad, una forma de invasión invisible que penetra en nuestros cuerpos a través de ondas polarizadas, alterando funciones tan básicas y delicadas como la comunicación entre nuestras células.

Las ondas polarizadas se caracterizan por su orientación uniforme y artificialmente constante, algo que contrasta con la aleatoriedad de las señales naturales. En el cuerpo humano, que ha evolucionado durante millones de años expuesto a señales naturales difusas, estas ondas artificiales se convierten en una forma de ruido biológico que perturba los mecanismos de regulación eléctrica celular. Esta disrupción empieza a nivel de membrana, donde se encuentran los canales de calcio dependientes de voltaje (VGCC), unas estructuras proteicas encargadas de regular la entrada de iones de calcio, fundamentales para la señalización celular.

En condiciones normales, estos canales se abren y cierran como respuesta a señales bioeléctricas precisas, permitiendo una entrada medida de calcio que activa procesos vitales como la contracción muscular, la liberación de neurotransmisores o la expresión génica. Sin embargo, bajo la influencia de campos electromagnéticos pulsados y polarizados, estos canales pueden activarse erráticamente, permitiendo el ingreso descontrolado de iones de calcio al interior celular. Esto desencadena una cascada de eventos bioquímicos que alteran profundamente el equilibrio interno de la célula.

Uno de los primeros efectos de esta sobrecarga cálcica es la activación de enzimas que producen especies reactivas de oxígeno (ROS) y de nitrógeno (RNS), conocidas popularmente como radicales libres. Estas moléculas son altamente inestables y tienden a reaccionar con otros componentes celulares, lo que puede dañar lípidos de membranas, proteínas estructurales y funcionales, y también ácidos nucleicos. Este fenómeno, conocido como estrés oxidativo, no solo compromete la funcionalidad de la célula, sino que también acelera su envejecimiento y la expone a mutaciones genéticas.

Las mitocondrias, orgánulos especializados en la producción de energía, son particularmente vulnerables al estrés oxidativo. Al verse dañadas, reducen su eficiencia en la generación de ATP, la moneda energética de la célula. Esta disminución de energía afecta no solo la supervivencia de la célula, sino también su capacidad para mantener funciones como la reparación del ADN, la comunicación intercelular o la eliminación de desechos tóxicos.

Cuando el entorno celular se vuelve insostenible, se activa la respuesta inflamatoria. A través de una compleja red de señalización, las células dañadas alertan al sistema inmunológico, que reacciona liberando citoquinas proinflamatorias. Esta inflamación, pensada como una defensa puntual y temporal, puede cronificarse si la exposición a los CEM persiste. La inflamación crónica afecta tejidos y órganos, y se ha vinculado con la aparición de enfermedades como la diabetes tipo 2, el Alzheimer, enfermedades cardiovasculares y diversos tipos de cáncer.

Mientras todo esto ocurre, el ADN también sufre. Las roturas de cadena simple y doble en el material genético pueden comprometer la estabilidad genómica. Si bien existen mecanismos naturales de reparación, estos pueden ser insuficientes o erráticos cuando el daño es constante. Las mutaciones resultantes pueden alterar la expresión de genes esenciales o activar oncogenes, iniciando procesos tumorales.

Otro aspecto crítico es la alteración de la producción hormonal, especialmente de la melatonina. Esta hormona, además de regular los ritmos circadianos y facilitar el sueño, tiene potentes propiedades antioxidantes. La exposición a campos electromagnéticos, especialmente durante la noche, inhibe su síntesis, lo que deja al organismo más vulnerable al estrés oxidativo y a la disrupción del sueño, fundamental para los procesos de regeneración fisiológica.

Cuando estos procesos se repiten diariamente, el organismo no siempre tiene tiempo o capacidad para recuperar su equilibrio. Los efectos acumulativos de esta exposición crónica se manifiestan en síntomas difusos como fatiga persistente, trastornos del sueño, dificultades de concentración, ansiedad, cefaleas y, en algunos casos, una condición conocida como hipersensibilidad electromagnética. Esta afección, aún poco reconocida oficialmente, describe una reacción física adversa ante la proximidad de fuentes de radiación no ionizante.

Diversos estudios epidemiológicos y experimentales han empezado a vincular la exposición prolongada a CEM con patologías complejas como la infertilidad, enfermedades neurodegenerativas y ciertos tipos de cáncer cerebral. Si bien no existe un consenso absoluto, el creciente cuerpo de evidencia exige una revisión más crítica de los límites de exposición considerados "seguros" por organismos internacionales.

La contaminación electromagnética no es visible, pero sus efectos, como las corrientes marinas, moldean lentamente los paisajes internos del cuerpo. Comprenderla es el primer paso para convivir con ella de forma más sabia, el segundo es tomar medidas de protección y fortalecimiento electromagnético.

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