Lo que llaman protección

Una mirada crítica a los límites actuales de exposición electromagnética

Jose Funes

4/2/20256 min leer

Vivimos conectados.
No es metáfora. Es biología cotidiana.

Teléfonos móviles en el bolsillo, WiFi en cada habitación, relojes que miden nuestro pulso, antenas que envuelven el cielo urbano. Una infraestructura invisible sostiene esta vida digital que ya damos por sentada.

Pero en este paisaje de hiperconectividad —eficiente, veloz, omnipresente— hay una pregunta que, poco a poco, empieza a hacerse audible. Una pregunta incómoda, pero necesaria:

¿Nos protegen de verdad las restricciones actuales de exposición a la radiación electromagnética?

Las instituciones dicen que sí.
La ciencia independiente, cada vez con más evidencia, sugiere que no es tan simple.

¿Qué justifican las instituciones oficiales?

Organismos como la FCC (Federal Communications Commission) en Estados Unidos o la ICNIRP (International Commission on Non-Ionizing Radiation Protection) en Europa establecen los límites de exposición a radiación no ionizante basándose casi exclusivamente en una premisa: la seguridad térmica.

La lógica es simple: si una radiación no calienta el cuerpo más de un grado Celsius, no supone un riesgo. Esta idea se apoya en estudios con animales realizados en los años 80, que establecieron el parámetro SAR (tasa de absorción específica) como métrica de referencia. Si un dispositivo no sobrepasa ese umbral térmico, se considera seguro. A primera vista, parece sensato. Pero ¿realmente el calor es el único problema?

El contraargumento: la biología es mucho más que temperatura

Imaginemos que estamos escuchando música a todo volumen. No importa que el aire a tu alrededor esté a 22 grados: si el sonido daña tu oído interno, la temperatura no sirve de barrera protectora. De manera análoga, la radiación electromagnética puede producir efectos biológicos sin calentar nada.

Y esto es exactamente lo que demuestran múltiples estudios independientes: alteraciones genéticas, disfunciones neurológicas, estrés oxidativo, interferencia hormonal y otros efectos se han observado a niveles de radiación muy por debajo de los límites térmicos actuales.

Por otra parte, surge otra cuestión, ¿sólo se establecen límites para los daños a corto plazo?

Efectivamente, así es. Las autoridades argumentan que para rebajar los límites para evitar un daño a largo plazo se necesita evidencia de investigaciones a largo plazo. Es decir, que si por ejemplo dentro de 30 años se concluye que la radiación 5G es un carcinógeno de nivel 1 o que existe una correlación muy evidente de riesgo de alzheimer por exposición a ésta, todos estaremos muy felices de conocer la respuesta después de haber formado parte de este caso de estudio con 8000 millones de conejillos de indias.

No quiero exagerar ni asustar ni, aunque tenga la tentación, llevar al absurdo esta situación por muy insostenible que sea, pero es obvio que con estas restricciones tan desactualizadas se ha dotado de una presunción de inocencia sorprendente a la contaminación electromagnética a pesar de contar con una evidencia aplastante de los efectos biológicos que genera. Si sabemos que esta exposición multiplica la generación de peroxinitrito (ONOO⁻) y tambien sabemos que detrás del cáncer siempre hay una elevada presencia de esta molécula... ¿para qué esperar 30 años? Lo mismo ocurre con la evidencia de que la exposición genera permeabilidad de la barrera hematoencefálica y activación de las microglías cerebrales, de las que conocemos su vínculo con procesos de neurodegeneración... ¿También hay que esperar?

Un informe que la sanidad pública francesa acaba de publicar muestra que cada año ha aumentado un 6% la tasa de glioblastomas (un tipo de tumor cerebral) entre 2000 y 2020, justo durante la etapa de explosión del uso del teléfono móvil. Pero parece que aún debemos esperar más...

Polarización, spin y Ruido Cuántico Artificial:

Uno de los factores clave para entender el problema de la desactualización de los niveles de restricción es la reciente evidencia de la naturaleza polarizada y pulsada de las radiaciones no ionizantes artificiales, a diferencia de la radiación natural, que es aleatoria pero más estable, orgánica y equilibrada. Nuestro cuerpo ha evolucionado para adaptarse a señales naturales, pero no a estas formas técnicas modernas que interfieren directamente con procesos celulares.

Otra dimensión no considerada en absoluto por las restricciones oficiales es el impacto cuántico de estas señales. A través de la polarización del campo, se altera el spin de las partículas fundamentales (electrones, protones, fotones..) tanto en las ondas portadoras como en la corriente alterna de las redes eléctricas.

Este fenómeno da lugar a lo que se conoce como Ruido Cuántico Artificial (RCA): una especie de interferencia basal que afecta procesos celulares basados en la coherencia cuántica, como:

  • El metabolismo energético en las mitocondrias

  • El equilibrio redox celular

  • La orientación magnética de ciertas especies animales

El RCA introduce distorsión en los sistemas biológicos, dificultando la sincronización precisa de funciones celulares complejas. Aunque no provoque calentamiento, puede inducir disfunciones profundas en los mecanismos que sustentan la vida.

Una crítica que desmonta la base experimental: el caso de las exposiciones simuladas

Una de las críticas más importantes a los estándares actuales es que la mayoría de los estudios experimentales usados para justificar la inocuidad de las telecomunicaciones inalámbricas no utilizan señales reales.

Según el paper “Real versus Simulated Mobile Phone Exposures in Experimental Studies” (Panagopoulos et al., 2015), una gran parte de los estudios que no encuentran efectos biológicos adversos utilizan señales simuladas, generadas en laboratorio mediante generadores o teléfonos de prueba. Estas señales son fijas, predecibles, homogéneas. Justo lo contrario de lo que encontramos en el mundo real.

En cambio, los estudios que utilizan dispositivos comerciales en funcionamiento real —es decir, como los usamos cotidianamente— muestran una consistencia cercana al 100% en detectar efectos negativos. Y es que estas señales reales son altamente variables en frecuencia, intensidad, fase y forma de onda, dado su carácter pulsátil. Así sucede durante una llamada telefónica o una videollamada por internet.

La variabilidad es crítica: los organismos vivos responden más intensamente a campos electromagnéticos cuando estos son caóticos e impredecibles, porque no tienen mecanismos biológicos para adaptarse. Es como tratar de caminar sobre una superficie que cambia su inclinación cada segundo: el estrés al sistema es mucho mayor.

“Los organismos vivos tienen menos defensas ante estresores de alta variabilidad ambiental. Las señales reales de los móviles son mucho más bioactivas que las simuladas.”
— Panagopoulos et al., 2015

Principales efectos biológicos documentados

La exposición a radiación electromagnética ha sido asociada en estudios revisados por pares con los siguientes efectos biológicos:

  1. Daño al ADN: rupturas de cadenas simples y dobles, inestabilidad genética.

  2. Estrés oxidativo: exceso de radicales libres y daño a lípidos, proteínas y ADN.

  3. Disfunciones neurológicas: cambios en la actividad eléctrica cerebral, insomnio, ansiedad, pérdida de memoria.

  4. Interferencia hormonal: disminución de melatonina, alteraciones tiroideas y reproductivas.

  5. Activación anormal de canales de calcio dependientes de voltaje (VGCCs), con efectos inflamatorios y neurodegenerativos.

  6. Disminución de la fertilidad: reducción en la calidad espermática y disfunciones ováricas.

  7. Cambios epigenéticos: alteraciones en la expresión génica sin modificar la secuencia del ADN.

Todos estos efectos se producen a niveles de exposición permitidos por las normativas actuales.

¿Entonces por qué no se actualizan los estándares?

Las razones no son científicas, sino políticas, económicas y metodológicas:

  • Falta de voluntad política: admitir nuevos riesgos implicaría revisar toda la infraestructura tecnológica.

  • Conflictos de interés: muchas agencias reguladoras están influidas por la industria.

  • Simplicidad técnica: lo térmico es más fácil de medir; lo biológico es más complejo y variable.

  • Exclusión sistemática de estudios independientes que usan señales reales y reportan efectos adversos.

Mientras tanto, miles de millones de personas están expuestas diariamente a estas señales en condiciones reales, no simuladas.

Conclusión: hacia un nuevo paradigma de bioseguridad

La seguridad no puede basarse en criterios obsoletos. La ciencia ha avanzado y ha demostrado que los efectos biológicos no térmicos son reales, relevantes y persistentes. No se trata de demonizar la tecnología, sino de exigir una evolución responsable y basada en evidencias.

Los estándares actuales necesitan ser reformulados para incluir:

  • La realidad física de las emisiones variables y pulsadas.

  • Los efectos biológicos no térmicos.

  • Los impactos cuánticos como el AQN.

Una vez más que tenemos que hacernos dueños de nuestra salud e ir más allá de las recomendaciones sanitarias aplicando dos estrategias básicas:

  1. Una higiene electromagnética adecuada

  2. Aplicación del sistema de filtrado pasivo Spiro en nuestro entorno y a nivel personal.

Ver lo invisible no es una metáfora poética, sino una urgencia sanitaria y ética. Porque el verdadero progreso no oculta los riesgos: los enfrenta con integridad.

Referencias:

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